Al desaprender y desprender nos damos la oportunidad de vivir algo que nunca antes hemos vivido.
Cuando hemos experimentado una pérdida o simplemente el universo y nuestra intución nos dice que es tiempo de desaprender, quizá lo último que queramos hacer es arriesgarnos. Pero en el nexo de la pérdida o la necesidad del cambio, está la oportunidad de toda una vida para dejar a un lado el viejo esquema y construir un nuevo paradigma.

Piénsalo un momento. Probablemente no haya mejor momento que estar encerrado y paralizado por la idea del cambio, o estar inspirado y motivado para dejar atrás el pasado por completo. En el duelo, podemos experimentar ambos estados de polarización.
La mejor manera de avanzar con valentía es aceptar estar en paz con dejar atrás el pasado. Eso incluye hábitos y patrones nocivos.
El proceso de hacerlo puede ser más complicado, pero al menos nuestra actitud está alineada con el desaprendizaje.
Y el desaprendizaje nos remonta a deshacernos de viejos patrones, actitudes, creencias y hábitos que nos pesan, nos limitan, encasillan en un viejo Yo que no es auténtico ni libre. Al desaprender por más miedo que nos cause los primeros pasos, te vas sientiendo más ligero, más firme, más libre y capaz de tomar con mayor fuerza y amor las riendas de tu vida. Te vas econtrando a ti mismo en el camino.
Dejar ir implica una enorme paciencia, delicadeza, valor y empatía con uno mismo, pero cuando creemos que se puede hacer, se puede hacer.
La búsqueda de la espiritualidad está en el dejar ir, en el deshacernos, en las pérdidas, en el desaprender de lo que no sirve. Cuando podemos subsistir agradecidos en la pérdida, en no tener nada, literalmente nada puede aplastar nuestra esperanza, y eso es una espiritualidad ferviente, palpitante, contundente. Pero, por supuesto, es una espiritualidad que no puede ser simplemente imaginada, debe ser vivida, y vivirla es más fácil decirlo que hacerlo. Y cuando se vive, es la vida más confiada y satisfecha. Una vida verdaderamente espiritual se vive.
Es sentir la vida a plenitud, con confianza y más sabiduría.
Quizá la mejor afirmación y confirmación de que vamos por buen camino es que podemos contemplar la posibilidad de dejar ir lo que fue para abrazar lo que es.
Y recordarnos que el querer controlar todo es miedo al cambio. En ocasiones es más fácil seguir con lo viejo y continuar sufriendo por ser conocido, que lanzarse a lo desconocido y adentrarse en nuevos territorios.
El proceso de deshacerse es parte del proceso de llegar a ser, y eso puede llevar mucho tiempo, de toda una vida. Sabiendo eso, sabiendo que no hay prisa, podemos ser amables, pacientes y empáticos con nosotros mismos.
Y entonces volveré a ser como un niño, listo para volver a aprender. Estaré listo para abrazar lo nuevo, lo interesante y las ideas aventureras que construirán mi nuevo mundo interior.
¿Da miedo? Tal vez. Pero me da mucho más miedo envejecer con mi mundo encogiéndose en lugar de expandirse.
Me parece aterrador que pueda ser una persona con la mente cerrada, incapaz de aprender porque estoy convencida de que ya lo he hecho y no puedo cambiar. Para mí, eso no es vida. Sería una muerta andante. Quizá agradablemente con un café con leche y té chai en la mano, pero muerta por dentro.
Quiero sentir la alegría del descubrimiento, la anticipación de la aventura y el poder de la ruptura. He pasado muchos años persiguiendo estas cosas cambiando de casa, de ciudad e incluso de país. Aunque todavía me pican los pies, ahora me he comprometido a centrarme en mi paisaje interior.
El primer paso, sea como sea, es el desaprender para encontrarnos.
Monica A.
Lianne Picot
Steve Wickham
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